El Descubrimiento

Agosto 1998. Quinientos años del Descubrimiento

Hoy se conmemora medio milenio y veinticinco años desde que esta porción de islas y este cacho de continente fueran avistados por el Almirante del Mar Océano. El genial e infortunado navegante, empeñado entonces más que nunca, con esa sombría terquedad que es como el sello de toda su empresa, cree haber topado con las esquinas de la inmensidad asiática.

El 1º de agosto de 1498, desde el extremo sureste de Trinidad, a la que acaba de descubrir y bautizar, otea en la lejanía la tierra continental por primera vez. Desde Boca de la Sierpe divisa la zona que él llama del Arenal, hoy de Punta Pescadores o Punta Bombeador, salientes que cierran el estuario del Caño Macareo.

El 5 de agosto toma posesión de Macuro en nombre de los Reyes Católicos (no bajó a tierra por la ceguera que lo afectaba), y el 6, de la desembocadura del río Güiria. Dejó al día siguiente lo que le pareció la Tierra de Gracia, anunciada por la certeza de ver en ese río inmenso uno de los cuatro que la Biblia afirma corren por el Edén.

El 13 de agosto pasa frente a la isla que de su propia boca el gran genovés bautizara Margarita. Y aquí viene al dedo un discurso inédito de Andrés Eloy Blanco tal día como éste, en la Asunción, hace 50 años:

<Abramos el libro por la primera página, que se escribió en las costas de esta isla hace 450 años. Con sus doscientos mil soles detrás del sol de ayer, la Conquista no supera a las Cruzadas en calidad espiritual, pero es más que ellas mismas en calidad de empresa humana. Si aquellas tuvieron como guía el rescate del sepulcro de Dios, ésta fue el ensanche del recinto, la redondez del ámbito, la plenitud del espacio residencial de lo esperanzado y lo inconforme del más allá marino y terrenal, de la resuelta fe, mar y tierra adelante…>

Algunos cronistas dicen que el nombre le vino al Almirante con un recuerdo querido de mujer; otros aseguran que haber denominado Colón la isla con el nombre que entonces le daban a las perlas : margaritas (1)

Volteados hacia el amanecer, conmemoramos íntimamente la parte que nos toca, 525 años de la más desesperada empresa que el hombre haya discurrido (2).

Nadie lo creería, a juzgar por la expresión pública. La austeridad oficial alegará en su descargo la quiebra de las arcas nacionales. Por las razones inciertas. Pero el entusiasmo que puede percibirse es inferior al de cualquier día del Árbol. Ha sido resaltado con tan poca luminosidad que más bien puede decirse que ha sido un éxito el proyecto de silenciar nuestro descubrimiento. Ha sido así progresivamente desde que se cerró la noche de las libertades. La fecha ha pasado cada año con el redoble triste de las cosas hechas sin nobleza, signado por la mezquina escuela de negar el rico acervo hispánico y renegar del viejo voto de crear un Nuevo Mundo.

De ese hallazgo en el Golfo Triste han corrido ya más de 500 años desiguales. Se ha desperdiciado la ocasión de tejer un vistoso tapiz de leyenda sobre el suelo. Se ha renunciado a contar uno de los cuentos más bellos del mundo. En un continente que no acaba de consolidar la forma del Estado, y en un proyecto de país convulsionado y al borde de la disolución, ante un conglomerado tembloroso, perplejo ante sí mismo, se perpetúa uno de los más arteros pecados de nuestra nacionalidad: la omisión.

Nada se hizo por recomponer la menguada opinión que el venezolano tiene de sí mismo. Sin duda hubiera sido hermoso poder participar en una celebración al estilo que los mexicanos ponen en sus fechas patrias. Ojalá se hubiera incorporado una parte del entusiasmo disparado en nuestras calles por logros en «misses», derroches de culto a personalidades y guilindajos urbanos. Haberla descubierto y exhibido ostentosamente a tiempo nos hubiera hecho más antiguos; y nos está haciendo falta antigüedad.

Es decir, grandeza.


Luis Felipe Blanco Iturbe.

(1)Casto Fulgencio López: Margarita

(2)Arturo Uslar Pietri: Medio milenio de Venezuela

Imagen Mapa «Cartes des Provinces de Caracas, Comana et Paria» Jacque Nicolas Bellin, 1765 (propiedad José Félix Díaz Bermúdez).

 

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