Discurso en la Cámara de Diputados del Estado de Michoacán. Homenaje a Andrés Eloy Blanco y entrega del libro El Hombre Cordial.

Sr. Doctor Medardo Serna González Rector de la Ilustre Universidad de San Nicolás de Hidalgo.

Sr Ing. Pascual Sigala Páez Diputado Presidente de la junta de coordinación política de la Cámara.

Morelia, Michoacán, 12 de mayo de 2016.


    Tal vez uno de los momentos más estremecedores experimentados en muchos años por nosotros, hijos y nietos de Andrés Eloy Blanco, es el que se desenvuelve allá, antigua Valladolid, y en nuestra ausencia. Tengan por seguro que la gratitud por el gesto de recordarle hoy desatará retumbos en nuestros corazones a miles de kilómetros y por decenas de años. En estas emocionadas palabras que el apreciado y magnánimo amigo Fernando Peña ha ofrecido leer hago un esfuerzo por condensar todo lo intenso y perdurable que la nación mexicana ha dejado en nosotros : Es un lugar común decir que es una tierra mágica: puedo afirmar que la experiencia desbordó los linderos de la más ambiciosa imaginación. .

    Cuando mi padre llegó a los 100 años de su nacimiento, que fue conmemorado en mi país con gran pompa, me di a la tarea grata de revisar sus extensos y minuciosos archivos. De allí surgió la idea, avalada por una respetada institución bancaria, de publicar un libro. Agotadora misión cumplida con regocijo.

    Cuando se consumó el proyecto, parte culminante fue hallar un nombre, y el correcto germinó en el elogio fúnebre escrito por el excelso humanista mexicano Alfonso Reyes en aquellos días de duelo. El hombre cordial. La amistad de Don Alfonso fue uno de los más ostentosos títulos de opulencia que enjoyaron su destierro. Y de allí surgió el bautismo de ese archivo gráfico.

Libro "El Hombre Cordial" (1998), ed. Banco Provincial.

    He guardado por años un ejemplar con el empeño de entregarlo algún día a la magna Universidad que lo distinguió como ninguna otra. Y es el término de mis satisfacciones entregarlo ahora a donde quise dejarlo desde el primer día. En el claustro del Antiguo Colegio de San Nicolás que vio a Don Vasco, y por el que pasearon alumnos llamados Miguel Hidalgo y Costilla, y José Ma. Morelos. Y que otorgó aquel Honor inusitado. Es el otro monumento a la generosidad.

    Tierra de nuestros afectos primarios, de nuestras querencias infantiles, hora de tratar de proclamar todo lo imperecedero, vertido en el tono color y carácter de nuestra existencia.

    De los últimos días de ostracismo tengo las más sólidas memorias. Allí transcurrieron, en paradoja, los días más serenos y con cielos más claros que mis padres conocieron. Fue, tras sobresaltos e intrigas políticas, por fin, el ejercicio pleno de la vida familiar. Nos rodearon y absorbieron las deidades del mundo pasmoso olmeca, tolteca, chichimeca y mexica, plateresco, imperial y revolucionario. Es el caudaloso y heteróclito material de mi memoria.

    México aparece temprano en la vida de Andrés Eloy Blanco. Como un inaudito presagio de su destino, el día en que se recibe de abogado esta allí el poeta azteca José Juan Tablada, quien introdujera el haiku en la poesía latinoamericana, y le dice “Recibe Ud. un escudo para la vida. Que este escudo no pese demasiado sobre el corazón”. Palabras que él repetirá con orgullo en lo sucesivo.

    Otra aproximación singular, intempestiva, acaece cuando escribe al maestro José Vasconcelos desde su tenebrosa mazmorra cuasi submarina del Castillo de Puerto Cabello, versión venezolana de San Juan de Ulúa y cabal representación de la Venezuela gomecista, advirtiéndole que:

“Aquí no hay impaciencia por la liberación, aquí se es libre porque se está en la Escuela… si la liberación que ha de venir no ha de ser sino una prolongación de nuestras clásicas danzas de espada, preferimos seguir acá en la perfecta libertad de la esperanza”.

    En 1936, año cero de la libertad nacional, apenas salido de sus confinamientos, escribe una Carta al Pueblo venezolano, a quien ese día bautizará con el nombre colectivo de Juan Bimba, llamada “Con México en el destino americano”, en la que celebra el mensaje que el Presidente Cárdenas dirige en 1934 al pueblo mexicano.

    Doce años más tarde, en su carácter de Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, le toca escoltar a Bolívar en su entrada triunfal a la Ciudad de los Palacios, el más feliz de sus encuentros, al consagrar su estatua con una voz de resonancias épicas. Su oratoria - arte en el que se le atribuyen cotas soberbias- estremece a un auditorio altísimo. La multitud es presa en la red de su elocuencia frente al hombre del caballo de bronce que en la entrada de Chapultepec se levantaba glorioso. Recuerda el escritor y político chiapaneco Fedro Guillén:

“Quien haya estado aquella mañana en que acogimos a Bolívar, habrá sabido lo que es un discurso, y habrá meditado, entre el aire oxigenado del bosque de Chapultepec, la virtud de Andrés Eloy Blanco dándonos, en pleno corazón de México , Cátedra de buen decir…”

    Fue aquel de sus más célebres discursos, improvisado ante los Presidentes Avila Camacho y Betancourt, en que reza:

“lo más parecido a un hombre es su cadáver, y si a esculpir muertos vamos , saludemos a la muerte que hace cadáveres perfectos, pero la función de la patria ha de ser función de vida … colocamos la estatua de un hombre en una plaza para que dirija el tránsito de la dignidad nacional… antes del pozo de petróleo México y Venezuela tienen su Morelos, su Hidalgo, su Bolivar, su Madero, su Andrés Bello….sembrémoslos y cosechémoslos en estatuas que anden y no en estatuas de sal que se disuelvan… Pueblo de México ,mil estatuas que tengas, mil bronces que poseas, sean las mil campanas de tu Cholula histórica; de bronce a bronce sacude tus efigies a la hora de tus grandes somatenes; y cada vez que se reclame una convocatoria del espíritu americano, como el badajo de las campanas, repique el corazón de las estatuas".

    Después de ese día de sol incandescente, volverá a la que será su dulce patria de préstamo cuando un nuevo cuartelazo pulverice el primer gobierno electo popularmente en la historia vapuleada de su patria. Acá aparecen mis sentidos en su pequeño despertar al mundo y desde aquel día inicial se infiltra en ellos la luminosidad proverbial de México que a todo dará color y profundidad memorable, el florido destello de imágenes que me acribilla.

    Disculpen el sesgo de mis palabras, pero yo cuento la historia de un niño del éxodo, que dejó Venezuela a los 3 años y la reencontró a los 10. Un cuento hermoso, vivido a la orilla de un padre que manaba amor en las enseñanzas de la patria lejana y era puro agradecimiento por el albergue de los días de intemperie. La hora de su muerte fue la hora culminante de un exilio y en este recuento es difícil soslayar que más que una vida sin patria fue una niñez con dos patrias.

   A mis 4 años estrenaba país y habitaba la primera de las efímeras viviendas por donde nos tocó repartirnos entre 1949 y 1955. Vecinos de Rómulo Gallegos en la calle Madero de Cuernavaca, también estrenábamos una nana. Ya no las de uniforme blanco que nos cuidaron fugazmente en los meses que se nos concedió habitar en la Venezuela de los zarpazos armados . Esta niñera llegó de no sé qué forma y no sé por qué camino ignoto. Una india purépecha, Dolores Avila Camacho, recomendada seguramente por un buen amigo mexicano y felizmente michoacano también, por la relevancia que don Lázaro Cárdenas tuvo en la decisión de emprender nuestra paradójicamente afortunada aventura mexicana. Antes de esa diáspora está el recuerdo en lontananza de los cánticos de arrullo de mis noches caraqueñas y en especial la tonada en susurro de Fúlgida Luna, himno de la cuna de mi abuela Mamá Lola, en los escasos meses en que la tuve.

  Y por un sobresalto de la rotación de la tierra nos vimos en aquel pueblo florido y de extraña denominación. Cuernavaca, que habría de significar tanto en los días soberanos de la infancia. Y aquella otra Dolores (Lola de aquí en adelante) cambió las reglas de las dormidas. Ella, salida de un mundo de obsidiana milenario y comedido en sus exteriorizaciones de ánimo , se encontró con el reto de aquietar a dos párvulos remisos a irse a dormir. Y apeló al más exuberante recurso salido de la entraña misma de esa tierra que apenas había dejado de tronar las carabinas. Y la primera noche fue “ La feria de las flores”. Me gustó lo de “No hay cerro que se me empine ni cuaco que se me atore”. Pedi bis bis. 

    La segunda noche fue la revelación de Juancharrasqueado, héroe desde entonces, arquetipo al que había que vengar en nuestros juegos. Imaginarlo , al tipo que se llevaba a las mujeres más bonitas. Y así empieza una afición ávida de nuevas aventuras, de nuevos gallos, de nuevos corridos. Que es la razón por la que tengo grabada a piedra en mi encéfalo, hoy, la letra de alrededor de 70 de ellos. Y la razón fisiológica por la que al oír las trompetas y los primeros acordes del guitarrón que llora, una lava del Orizaba y el Paricutín aparezca haciendo ebullición en mis arterias. Esta es mi interpretación de lo que quiso decir Malcolm Lowry en "Bajo el Volcán": "A quien le cae polvo de México en el alma, ya no lo deja jamás". Y así fue como devinimos en niños que no escucharon clásicas canciones de cuna sino corridos.

    Lola Avila se vino a Caracas hacia 1962. Trabajó en nuestra familia unos años, luego probó suerte en otras casas amigas y finalmente volvió con nosotros y con nosotros murió, estando sepultada en el Panteón familiar. Tierra michoacana en la mixtura.

    En el México que Martí llamó Pueblo Varón, “refugio de perseguidos que aman la libertad”, escribirá mi padre sus versos postreros. Allá fuimos a la escuela sus hijos. Y a un tiempo escuchamos las prédicas del padre, “de aquella patria lejana, más poblada en la gloria que en la tierra, que el hijo vil se le eterniza adentro y el hijo grande se le muere afuera” , que “echa a sus hijos niños y los conoce ancianos”.

    En México hallaría el calor y la sapiencia, el arte y la generosidad dispensados sin escatimar por una comarca de gigantes de la libertad y el pensamiento. Entrañables devociones, las figuras de Carlos Pellicer, de Don Jesús Silva Herzog “noble corazón de Mexico”, del poeta español León Felipe, tantos varones militantes del imperio de la justicia ,la bondad y la belleza. La figura señera, determinante de Don Lázaro Cárdenas estuvo a nuestro lado y con él compartimos eventos imborrables .Tal lo como lo fue una pernocta en Uruapan para contemplar antes del amanecer las explosiones del volcán cercano. Por éstas y muchas razones el destierro adquirió visos de leyenda dorada. 

    El tiempo transcurría en la escritura de colaboraciones para Cuadernos Americanos, en la tertulias de altura en que alternaban insignes hispanoamericanos exilados, descubriendo la letra del desgarrador poema de nuestro paisano José Antonio Pérez Bonalde a su hija Flor, con la guitarra de Guty Cárdenas; en el proyecto de guión “El Árbol de la Noche Alegre” que discutía con Mario Moreno, y hasta su poema "Píntame Angelitos Negros" alcanzó fama universal con la música del mexicano Alvarez Maciste. Escudriñaba el horizonte limpísimo del altiplano, y recordaba que fue Humboldt quien primero notara la “extraña reverberación de los rayos solares en la masa montañosa, donde el aire se purifica”, el mismo Humboldt al que sentía pariente porque fuera primer escalador del Cerro del Ávila, la montaña tutelar de su Caracas inasible. Si aquí su corazón enfermó, fue solo para corroborar la generosidad de la gente y la excelsitud de la Ciencia, de manos de su amigo el Maestro Ignacio Chávez, gloria de la cardiología mexicana y continental

    Nunca aspiró a galardones académicos, pero la fortuna le premió con un Doctorado Honoris Causa en la Ilustre Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, el 9 d e mayo de 1953. Mayor honor si cabe, al ser distinguido también aquel día el notable humanista colombiano Germán Arciniegas, y el admirado Alfonso Reyes, a quien llamó “una de las dos cumbres más altas del pensamiento continental”. De aquel día de feria hay en mi memoria sobrecargada cierta remembranza de que el solemne acto se celebró muy cerca de las barquillas de los pescadores como libélulas balanceándose al fondo en el idílico y esdrújulo marco del lago de Pátzcuaro. Y sus palabras.

“Nos dijo un moralista francés que la generosidad no consiste tanto en dar mucho, sino en dar a tiempo…en el caso mío la insigne universidad michoacana me ha dado mucho y a tiempo. Mucho por la calidad del honor que me confiere.. y a tiempo, porque me deja tan ceñido a lo mejor de México que me entrega la llave de la casa, con el don de pensar en lo mexicano en forma tan señera y delicada que lo que era refugio se me viste de patria..”

    Un destierro que cumplió con fe incólume. Sin que nada destruyera la gloria de su sonrisa. Amortiguado por la solidaridad irrestricta del espíritu libre convocado en su dulce tierra de préstamo. Aquí escribió sus últimos y más celebrados versos. Don Alfonso tuvo la gallardía de prologar el último poemario. En ese "Canto a Los Hijos", concluido en el remanso de Cuauhnáuac el 30 de octubre de 1954, está su testamento. 20 años más tarde quien les habla, Médico de Niños, encuentra como prólogo del clásico texto de Medicina del Recién Nacido del Maestro mexicano Del Castillo, un fragmento de aquel Canto.

    La muerte lo sorprende el día en que homenajea a un compañero de partido caído en el cautiverio venezolano justo un año antes. Su cuerpo permaneció un mes en la capilla ardiente del Panteón Español, porque el precavido déspota  visitando el Perú, esperaba estar de vuelta y desalentar inciertos disturbios. La filosa pluma del poeta mereció 5 años de mazmorras en su juventud y por ello más cuidado habría de tenerse con su cadáver. A la vuelta del tirano, y solo a través de la negociación lograda por influyentes parientes, se accedió a su repatriación. El ataúd fue al aterrizar prácticamente arrestado, como le correspondía a quien fuera reo de tan alta peligrosidad.

    Su ideario, fresco aun, desde los primeros días de juventud, con los laureles de la fama aun florecidos, se simplificó en vivir es desvivirse por lo justo y lo bello. Esa fue su profesión de fe.

    A poco de su muerte, está misma Universidad que lo enalteció antes y lo enaltece ahora, dispuso una pequeña ayuda para los hijos del poeta muerto. Con absoluta discreción, seña de hidalguía. Nudos que aprietan el corazón.

    Quiero concluir estas palabras agradeciendo emocionado a este espléndido Claustro Universitario y a esta Honorable Asamblea el recuerdo al poeta y sobretodo la oportunidad de evocar lo que significó su nombre en la denodada pugna por alcanzar la libertad. Y dejo en epílogo de ellas, como en el epitafio de su vida, las de un maestro afamado de América, José Vasconcelos, pronunciadas ante su ataúd hace hoy 61 años:

"El hombre suele conquistar como por milagro las calidades y el esplendor de lo sobrenatural. Éste es el caso de Andrés Eloy Blanco que no se hizo entre nosotros pero llegó a ganar por derecho propio el ingreso en la estirpe de los Arcángeles".


    Perpetua gratitud señoras, señores.


    Luis Felipe Blanco Iturbe.

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