La Epopeya de mi radio
Mi radio, 1956.
El 8 de octubre de 1956, un lunes. Serían las 5 de la tarde y ya el transporte del Colegio me había soltado en casa . (Viví 16 años en Colinas de Bello Monte, y para aquel día apenas habrían transcurrido 4 ó 5 meses de habernos mudado a ése, nuestro bendito primer hogar en Venezuela).
A aquella hora yo reverberaba con una tórrida ansiedad. El aparato de radio blanco que se ve en la foto, junto a mi lamparilla de noche, era el centro ceremonial. De tubos, Emerson para más señas , fiel reportero por muchos años del acontecer del mundo. Esa tarde repartía por mi cuarto las vibraciones del 5º juego de la Serie Mundial. Yo, un yankee ya inveterado, vibraba ante el choque con el enemigo natural, los Esquivadores (los temidos Dodgers).
Ya hacía dos años había iniciado la contienda personal con mi papá, quien me introdujo en el enrevesado lenguaje de lo que él llamaba “la pelota” usando un juego de mesa con tarjetas y dados. Por esa natural competición con los padres de uno me hice apegado a los Mulos de Manhattan. Papá me había hablado del fabuloso Joe Di Maggio a quien vio jugar varias veces. Pero él era corifeo a rajatabla de la tropa de Brooklyn, duro en su apego nacido de que los Dodgers fueron el primer equipo que incluyó a un negro en su roster. Quien por cierto estaba allí en la tercera base esa tarde. Un tal Jackie Robinson. Bien, escuché el juego con enfervorizada atención, relajado desde el 4º inning cuando el Niño Prodigio de los Yankees Mickey Mantle,”el hombre que tenía músculos hasta en las orejas” le mandó la pelota al “Barbero” Sal Maglie a las tribunas del right field del Yankee Stadium para su tercer homerun de la serie. Eso era lo suficiente, pero en la 7º entrada Hank Bauer, segundo en e l orden al bate empujó una carrera más. De ahí en adelante yo coreaba cada lanzamiento. Nadie se embasó. Nadie.Y en los Dodgers ese día estaban cuatro ases que pocos años después serian exaltados al Salón de la Fama. Robinson, Roy Campanella, Duke Snider,Pee We Reese. Por primera vez en una Serie Mundial, y por lo visto, por última, se logró el juego perfecto. Salté en mi cuarto y vociferé ,pero sin conmover a nadie. Ni mi hermano ni mi madre comprendían la razón de aquel repentino júbilo. Celebré de incógnito. Para mí estar allí cada segundo de aquella jornada había sido la recompensa de la que algún día me podía vanagloriar. Eso, así son las idolatrías de la edad escolar que forman nuestro Super Ego. Me sentí esa tarde MVF (Most Valuable Fan).
¿Todo este relato por qué? Porque ayer falleció el verdadero titán de aquella tarde histórica. Don Larsen. (En la foto, el ultimo pitcheo) Un lanzador de mediano relieve, que al finalizar su carrera había perdido más juegos de los que ganó, pero que lo que hizo ese 8 de octubre bastó para ganarle un sitial en el Olimpo del deporte, y en el culto de los fanáticos. Especialmente escolares.
El último lanzamiento de Don Larsen.
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