Las Madres de mi casa
¿Puedo agregar algo en este Día
de la Madre que no haya sido celebrado ya en palabras sonoras y mayúsculas contundentes? Nací
entre una casta de mujeres bravías que aprendieron hace más de 100 años
a convivir con cárceles, confinamientos y destierros de los hombres de la familia. Ese nimbo de historia y magia hizo desde muy temprano
hacernos sentir al país como una
extensión de nuestro propio linaje.
Por eso forman parte de la historia contemporánea.
Fueron protagonistas de la lucha contra
Gómez y su nombre figura señaladamente en la
Generación del 28, y se prolonga
por el resto del siglo. En especial dos de
estas mujeres están incrustadas con
sobrados títulos en el patrimonio espiritual
de Venezuela.
Una, mi abuela
Dolores Meaño de Blanco - Mamá Lola - eternamente
“A un año de su luz e iluminado”.
Para ella
fue el auspicioso poema inaugural de su
hijo de 9 años: “.. Yo en tus
rodillas en la calle abrojos y una
saeta/, mi primer verso fue para tus ojos”.
Más tarde: "Presos los hombres de la casa / Fuerte se te hizo el corazón ..”
25 años antes le
escribía desde Madrid “..Qué fuerza pudo más que tu amor que me
llevaba a la dulce anonimia de tu puerta?”
La otra es mi madre, Lilina Iturbe - Giraluna - , que tan largo y anchuroso espacio ocupa en el
Parnaso sensible de nuestro pueblo. Se
conocen en Valencia en una boda y a los pocos días la cárcel, la tortura, la
penuria, los separan. Con ella se
casó exactamente hace 75 años para culminar el largo y azaroso noviazgo de tres lustros entre agonías
y sobresaltos para unirse definitivamente en un amor que continuó después itinerante,
nómada, fugitivo, fiel a su vocación de
servicio por la libertad.
Ella fue fuente de los más apasionados versos exprimidos a su corazón y de ella seguiría siendo él perpetuo cautivo hasta más allá de la muerte.
Luego siguió siendo simplemente ella. Madre admirable, discreta, dulce, generosa, envuelta en una dignidad que es lo más parecido a la verdadera gloria
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