Un cuento de Hadas, o Las Uvas del Tiempo

Caracas,
01 de enero de 2024


El 8 de julio el poeta se hizo a la mar. Va en un navío de la Général Transantlantique, “Le Navarre,” y llega a Santander el 28 para asistir a la ansiada premiación. De ese último día de navegación el azar nos ha preservado, del tiempo y sus infortunios, el menú de abordo. 

Ha conocido, como halagador presagio, a Don Jacinto Benavente, que viajaba en el mismo con su compañía de Teatro.




El sonado galardón llega sus manos, de las del Rey, el 24 de agosto, en el Teatro Pereda. Y a continuación transcurren semanas de júbilo y halagos para el bardo revelación de tan solo 27 años, al que todos quieren conocer.

El Presidente, Antonio Maura, invita al joven triunfador al tradicional banquete de Año Nuevo de la Academia, al cual solo asistían académicos. Es el epílogo de su epopeya. Al día siguiente el 1 de enero de 1924 compartía con Benavente, Serafín Alvarez Quintero, Ricardo León , y en el mismo enero de 1924 se le ve vestido de Rey Moro y se retrata en la Alhambra.

Pero hoy recuerdo que unas horas antes, en la noche del 31 de diciembre de 1923, Andrés Eloy Blanco, en medio del tráfago de celebraciones, fue tocado por un rayo de desolación en el ajeno invierno madrileño . A pesar de la apoteosis que acaba de vivir, añora el rescoldo del hogar lejano; quiso ser más igual con el tiempo y poner el silencio a la orden de aquella súbita nostalgia y se sentó, se puso a escribir y de aquellas letras salió la carta, algunas de cuyas líneas pueden verse borrosas en esta reminiscencia-


Le escribe a su madre -mi abuela, Dolores Meaño de Blanco-unas letras que luego se harán célebres. Ellas constituirían la primera de las tres redes arteriales de tradición con las que sus versos se injertaron en la mitología venezolana . Después vendrían la leyenda del Nazareno de la ciudad, y por último, la exaltación a los cielos de los angelitos indios y los angelitos negros, para encontrarse con el dolor de la lejanía de la madre en las Uvas del Tiempo.

Por lo que hoy trepido es por imaginar que en una noche como ésta hace 100 años, asolado por el recuerdo de la madre lejana, escribe unos versos que llegarían a convertirse en una rara oración conque los venezolanos acogían el estertor del año que se iba y celebraban el grito natal del que llegaba; así fue durante varias generaciones. Con ella, “los doce cañonazos desde La Planicie y el Himno Nacional desde la Iglesia”, fueron la liturgia civil del paso de año, que se hizo iterativo y parte de las añoranzas. De esas emociones primarias espinosas, de “cuando dejé mi casa para buscar la gloria”, o esa culpa agazapada de las nostalgias ácidas del joven que no encuentra nada comparable a la “dulce anonimia” del regazo materno ,o cuando se es como culpable de la inconciencia, ”sin hora y sin reloj”. 

Andrés Eloy en Madrid, 1923.

Cuando hoy se escuchen esas doce campanadas, o sus sonidos más novedosos, habrá pasado un siglo de precisa sintonía con el alma venezolana. Cien años de haber dado como con una fórmula de ciencia infusa la justa expresión del ciudadano común. Hasta hace muy poco , ritual casi unánime de fin de año. La correspondencia invisible con lo que ha pujado en el ánimo de los venezolanos.

Y contado con la fortuna inédita de ir corriendo de labio en labio hasta hoy . Cien años.


Luis Felipe Blanco Iturbe.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Discurso en la Cámara de Diputados del Estado de Michoacán. Homenaje a Andrés Eloy Blanco y entrega del libro El Hombre Cordial.

César Rondón, César Miguel y México